Cada solución que se aparece ante un nuevo problema, parece enfrentarnos una y otra vez a los mismos desafíos, amplificados y diversificados por las condiciones que responden a un momento único y un contexto particular. Lo que se nos presenta actualmente como una crisis multisistémica y global, producto de una pandemia que irrumpió como una sorpresa, no es más que la actualización de problemáticas replegadas en un presente discontinuo, y que bajo una determinada contingencia azuzada por una eclosión social, histórica y política, no tardó demasiado en inundar y modificar cada una de las vidas humanas y su ambiente.
Una revisión histórica de ciertos antecedentes de la situación e inminente reestructuración a la que estamos asistiendo puede pesquisarse a través de distintas teorías, estudios, divagaciones y pensamientos que aquí solo podemos rozar brevemente, pero se puede entender y ver que el -esperemos viejo- modelo dominante ha conducido a la sociedad y a las personas a una separatidad convulsionante impuesta por un sistema global de mercado sin fronteras que ha diluido a la mente social y los límites entre el ser humano y ese mercado determinado por la competencia, el trabajo y la máquina (1). La vertiginosa digitalización y tecnoproductividad han desplazado nuestras significancias desde un lenguaje que se ha ido construyendo junto a esta aceleración tecnológica, despojándonos de nuestros conceptos compartidos, y con ello, el olvido de la colaboración y trabajo en conjunto.
Sin embargo, este breve aspecto de un desolador escenario que parecía ya haberse extenuado, y chocando de frente con la emergencia sanitaria, ha colocado al mundo en un umbral en el que los límites de las posibilidades están abriendo paso a cambios que pueden permitir la proyección de nuevos sistemas a partir de una nueva visión, o incluso, a partir del desocultamiento de nuestra verdadera fuerza colectiva. Así es que en estos tiempos hostiles e inciertos, posible alivio es revisar nuevamente esos factores que incidieron en el colapso, y revertir su esencia para -en el mejor de los casos- dirigir su eficacia en este nuevo levantamiento.
Pensar en “El dominio de lo remoto” manifiesta la necesidad de resignificar las circunstancias de la hiperconectividad y la globalización desde una distancia que, amedrentándonos antes, hoy nos permite y solicita recrear estas nuevas narrativas locales para relevarlas tanto en el mundo inmediato como en el de los próximos tiempos. Conlleva también a que una máquina que nos dañó, pueda mutar en una nueva condición que combinada con la reconstrucción de la plataforma social desde la solidaridad, es capaz de posibilitar el regreso a significados compartidos y reimaginar justos sistemas de intercambio.
Para forjar este potencial nuevo marco es que la creación, creatividad, reflexión, pensamiento crítico y acción son esenciales, sabiendo que la cultura es una característica inherente al animal humano y su ambiente más inmediato, ese puente que lidia con la distancia con la naturaleza, donde las artes son la expresión de una especie, ese entorno histórico-cultural, y la condición biológica también (2) . Permite que las otras disciplinas y prácticas propias del quehacer y cuestionamiento humano sean asimiladas, interpretadas, aprendidas y transferidas a todo un grupo que posiblemente pueda en cada momento pensar su individualidad y colectividad, el aquí-ahora y el futuro. Para las artes visuales, aunque sin dejar de ser una de las pocas zonas de libertad que van quedando, recrear y catalizar un estado, espíritu y sensibilidad es un desafío que se inserta dentro de una red de actividades, propósitos y sistemas. Y es dentro de esa red es que la concatenación de etapas para la producción artística precisa ser (re) articulada para generar un ecosistema artístico sustentable que provea de una sucesión resuelta que pueda insertarse dentro de diferentes modelos de gestión, producción, cultura, conocimiento e intercambio.
Por cierto que para desarrollar cuestiones relacionadas a infraestructuras que permitan la práctica artística, es esencial asignar el apropiado valor simbólico a las artes, y por supuesto que esto no se refiere a ellas como producto. Es indudable que hay una rica y sensata producción artística; es en la práctica y el entorno donde las dificultades residen. Ahí es entonces donde una cierta formalización de algo que podría llamarse economía debe anclarse a un sustrato, ya sea a nivel institucional o paralelo, para contrarrestar decisiones tendenciosas y sin más sustentos que una doctrina básica neoliberal.
Hablar de economías en el ámbito de las artes visuales no señala a la noción capitalista, sino que al intento y deseo de remarcar que esta disciplina debe organizar sistemas de recursos, especialmente porque el arte no apunta a producir bienes de consumo como tal, siendo muchas veces el objetivo la investigación y exploración, asuntos que no son cuantificables ni expresables en meros cálculos. Es por esto que esa organización y transferencia de recursos tiene ver con lograr mantener la vida desde la práctica artística, ya sea colectiva y/o individualmente, y esto es que la sistematización sea capaz de incorporar en sus diferentes componentes y áreas la sustentabilidad. Esto es cómo dentro de la secuencia en los procesos de las economías vinculadas con las artes, se debiera asegurar el traspaso de una cadena a otra, sabiendo que la producción artística incluye a los más diferentes tipos de piezas, investigación y proyectos creativos. Para que todo esto viva dentro de una comunidad, un ambiente de distribución, difusión y mediación, es vital que exista un agenciamiento de la creación de obra, producción de conocimiento y transferencia, esto encarnado por agentes mediadores que permiten que el arte tenga la capacidad de ir más allá de ese-producto y que pueda cohabitar en un sistema social antes de llegar a la institución.
Las condiciones para que creación, pensamiento crítico, y experimentación sean posibles y transferidas a un entorno común tienen como base el diálogo, intercambio, pluralidad, movilidad, y por sobre todo, confianza, donde la interacción sea sostenida por un sentido colectivo, dejando atrás la atomización de individualidades que en este momento, y en el futuro, ya no tienen más cabida. Las nuevas fuerzas son solidarias y comparten indicadores de intercambio en común, entendiendo que cada ámbito no es reducible a una moneda: esos valores fueron dislocados por el sistema dominante y hoy deben ser restituidos.
Es así como el agenciamiento de todo un sistema de producción artística puede conducir a pensar, narrar y construir los nuevos sistemas sociales y culturales que necesitamos y queremos, donde el viejo concepto de economía capitalista sea derribado para crear un nuevo ecosistema que permita la sustentabilidad de la creación y el pensamiento; en definitiva lograr y colaborar para que estas nuevas concepciones de mundo logren administrar los más diversos recursos, y así que la cultura, ese nicho-biológico propio de la especie, permita que sigamos imaginando el futuro, una vez más y de una nueva forma.
- Franco "Bifo" Berardi. (2019). La era de la impotencia. En Futurabilidad: la era de la impotencia y el horizonte de posibilidad (53). Buenos Aires, Argentina: Caja Negra Editora.
- Paolo Virno. (2013). Y así sucesivamente, al infinito: lógica y antropología (82). Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.